Tao Quan, los tres espíritus del hogar, viven en las cocinas de las casas y todos los años, justo antes del fin de año, emprenden a lomos de grandes carpas un viaje larguísimo para visitar al Emperador de Jade.
Ocurrió hace muchos, muchos años, en la víspera de una fiesta del Tet. Un leñador, felizmente casado con una mujer muy dulce y muy hermosa, tiempo atrás había empezado a angustiarse porque creía que no sería capaz de ganar lo suficiente para que pudieran comer y no morirse de hambre... El leñador, de tan preocupado como estaba, se dio a la bebida. Como tenía poco dinero, sólo podía comprar vino de arroz para cocinar o vino de víbora...
Bebía y bebía,y ahora casi siempre estaba borracho. Miraba a su mujer y, en vez de sentir remordimientos por cómo se comportaba con ella,empezó a pensar que ella tenía la culpa de todo. Y se enfadaba a diario, con unas cóleras terribles contra su mujer, amenazándola y gritándole, y cubriéndola de improperios. De tal modo que un día, ella no pudo más y se marchó de la casa.
Pasaron unos años y la mujer volvió a casarse, esta vez con un cazador con el que fue muy feliz. Una víspera de Tet, un mendigo llamó a la puerta. El cazador no estaba: había ido a buscar alguna pieza que les sirviera para cenar aquella noche. La mujer abrió y enseguida reconoció al mendigo: era el leñador con el que había estado casada tanto tiempo atrás. El pobre hombre venía en un estado lamentable, lleno de llagas y medio desfallecido de hambre y frío. La mujer se apiadó de él y lo hizo entrar para darle algo de comer y dejar que se calentara junto a la lumbre. Pero no bien se hubo sentado, oyó que su nuevo marido, el cazador, regresaba a casa. Temiendo que pudiera enfadarse y, puesto que era fornido y muy hábil con las armas de caza, decidiera acabar con el mendigo, hizo que éste se escondiera debajo de un montón de paja. El caso es que el cazador tenía mucha hambre y había cobrado una buena pieza. Quiso que la asaran enseguida y prendió fuego al montón de paja. En cuanto se puso a arder, echó la pieza cobrada sobre el montón de paja ardiendo. El pobre mendigo, pensando que si gritaba o salía de debajo del fuego comprometería a la mujer y que el cazador, furioso y creyéndose engañado, la mataría, guardó silencio para que nada lo delatara. La mujer, comprendiendo que el mendigo callaba para salvarla, se lanzó ella también a las llamas para morir con él. Entonces, el cazador, creyendo que su amada se había tirado al fuego por alguna cosa indigna y cruel que él hubiera hecho, e incapaz de pensar en seguir viviendo sin ella, también se lanzó a las llamas. Los tres murieron abrasados. Pero el Emperador de Jade, que todo lo ve y al que esta historia de amor y lealtad había emocionado grandemente, se apiadó de los amantes y decidió que merecían ser recompensados.
«¿Qué haré para demostrarles mi agrado?»,pensó.
«Los convertiré en dioses, eso haré. Pero no unos dioses cualesquiera. Tres criaturas capaces de tanto sacrificio por amor serán seguramente quienes mejor protegerán los hogares de los vietnamitas ».
Y a los tres los convirtió en los espíritus del Tao Quan. Y desde entonces les encargó que se ocuparan del bienestar de todos los vietnamitas y les ordenó que vivieran en las cocinas, cerca del hogar, que es donde se encuentran la paz y la felicidad. Cada fin de año, los Tao Quan cabalgan a lomos de los grandes peces en su largo viaje hasta el Cielo. Allí le contarán al Emperador de Jade los acontecimientos del año transcurrido e implorarán que derrame buena fortuna y mejores dones sobre todas las familias. Por eso, siete días antes del Tet Nguyen Dan, los vietnamitas preparan altares con comida y agua y flores para que los Tao Quan no pasen hambre ni sed durante el largo viaje, y sueltan carpas en los lagos y ríos, de modo que, a caballo sobre sus lomos, les resulte más fácil y descansado el camino.
Cada fin de año, los Tao Quan regresan a la Tierra y, en la medianoche del último día, todos los problemas y las penas y las desgracias quedan atrás, porque los tres espíritus han convencido al Emperador de Jade de que no vale la pena que las tristezas pasen al nuevo año.