En tiempos antiguos, una joven huérfana vivía en una pequeña aldea. Sus padres habían muerto unos años antes, y ella tuvo que cargar con una enorme deuda con el señor pueblo que no podía pagar.
Así que, en lugar de dinero contante y sonante, el señor obligó a la chica a ser su criada. El tiempo pasó y la niña creció convirtiéndose en una mujer sana, pero no especialmente bonita. Cuando cumplió 18 años, adquirió un extraño cutis de color negro. Ella se sentía avergonzada por esto y prefería quedarse en su choza de paja antes que salir y hablar con la gente.
Un día, en su camino hacia el pozo del pueblo para coger un poco de agua, se encontró con una anciana vestida con harapos, con un aspecto sucio y que desprendía un olor extraño, bastante desagradable.
La mujer estaba pidiendo a los habitantes del pueblo un poco de agua, pero su apariencia y olor disuadía a cualquiera a ayudarla. La muchacha se compadeció de la anciana, llenó su cubo con agua de pozo y se lo ofreció.
La anciana le dio las gracias, pero luego se desmayó de repente. La joven intentó de nuevo ayudarla, y cuando la anciana despertó, le dijo que tenía hambre.
A pesar de que todo lo que tenía era una pequeña porción de arroz al vapor, se lo ofreció a la anciana. Esta se lo comió, y para sorpresa de la chica se convirtió en una brillante hada.
"Has demostrado que tienes un buen corazón", dijo el hada a la chica. "Ahora te voy a conceder un deseo, sea lo que sea."
"Lo único que quiero ahora es mejorar mi apariencia, para poder hacer más amigos", respondió la chica.
"Simple", dijo el hada. "Basta con coger una la flor blanca y olerla. Dentro de una semana, notarás un cambio." Entonces desapareció.
Una semana más tarde la chica empezó a notar cambios, y poco a poco se convirtió en la chica más hermosa en el pueblo.
Su señor, sorprendido al escuchar su historia, pensó que quería una dosis de la misma magia. Él y su esposa comenzaron a llevar cubetas hasta el pozo con la esperanza de satisfacer el favor del hada. Pero en casa, las cosas empeoraron. El señor y su esposa, obligaron a la muchacha a hacer trabajos más duros que antes, y nunca le permitían salir de casa.
Un día, el señor y su esposa se encontraron con la anciana en el mismo lugar donde la chica les había indicado. Se repitió la misma rutina, y cuando pidieron una mejor apariencia y ser más jovenes, el hada les dio dos flores para oler.
Pero en lugar de ser más bellos, un pelo largo, negro, comenzó a crecer por sus cuerpos, lo que les irritó la piel. Cuanto más se rascaban, más pelo les crecían. Transcurrida una semana, el señor, su esposa y sus dos hijos se habían convertido en monos, dejándolos sin otro recurso que huir hacia la selva.
La joven y muchos de los aldeanos estaban felices, pensando que ahora podían vivir en paz, y las pertenencias del señor se dividieron en partes iguales entre los habitantes del pueblo.
Pero los monos anhelaban sus posesiones y regresaban a la aldea por la noche, llamando a todas las ventanas de todos los hogares, especialmente de su vieja casa. Allí se sentaban en el umbral hasta el amanecer, y luego regresaban a la selva.
La chica, viendo lo que sucedía, buscó al hada para pedirle ayuda. El hada volvió y le dijo a la chica que calentara algunas rejas de arado y las dejara en la puerta.
La joven lo hizo y le dijo a los aldeanos que hicieran lo mismo.
Cayó la noche y los monos llegaron de nuevo. Pero cuando trataron de sentarse en la puerta, se quemaron sus traseros en las rejas de arado. Gritaron y corrieron hacia la selva, donde han estado desde entonces. Pero la marca roja ha resistido la prueba del tiempo.
Así que, en lugar de dinero contante y sonante, el señor obligó a la chica a ser su criada. El tiempo pasó y la niña creció convirtiéndose en una mujer sana, pero no especialmente bonita. Cuando cumplió 18 años, adquirió un extraño cutis de color negro. Ella se sentía avergonzada por esto y prefería quedarse en su choza de paja antes que salir y hablar con la gente.
Un día, en su camino hacia el pozo del pueblo para coger un poco de agua, se encontró con una anciana vestida con harapos, con un aspecto sucio y que desprendía un olor extraño, bastante desagradable.
La mujer estaba pidiendo a los habitantes del pueblo un poco de agua, pero su apariencia y olor disuadía a cualquiera a ayudarla. La muchacha se compadeció de la anciana, llenó su cubo con agua de pozo y se lo ofreció.
La anciana le dio las gracias, pero luego se desmayó de repente. La joven intentó de nuevo ayudarla, y cuando la anciana despertó, le dijo que tenía hambre.
A pesar de que todo lo que tenía era una pequeña porción de arroz al vapor, se lo ofreció a la anciana. Esta se lo comió, y para sorpresa de la chica se convirtió en una brillante hada.
"Has demostrado que tienes un buen corazón", dijo el hada a la chica. "Ahora te voy a conceder un deseo, sea lo que sea."
"Lo único que quiero ahora es mejorar mi apariencia, para poder hacer más amigos", respondió la chica.
"Simple", dijo el hada. "Basta con coger una la flor blanca y olerla. Dentro de una semana, notarás un cambio." Entonces desapareció.
Una semana más tarde la chica empezó a notar cambios, y poco a poco se convirtió en la chica más hermosa en el pueblo.
Su señor, sorprendido al escuchar su historia, pensó que quería una dosis de la misma magia. Él y su esposa comenzaron a llevar cubetas hasta el pozo con la esperanza de satisfacer el favor del hada. Pero en casa, las cosas empeoraron. El señor y su esposa, obligaron a la muchacha a hacer trabajos más duros que antes, y nunca le permitían salir de casa.
Un día, el señor y su esposa se encontraron con la anciana en el mismo lugar donde la chica les había indicado. Se repitió la misma rutina, y cuando pidieron una mejor apariencia y ser más jovenes, el hada les dio dos flores para oler.
Pero en lugar de ser más bellos, un pelo largo, negro, comenzó a crecer por sus cuerpos, lo que les irritó la piel. Cuanto más se rascaban, más pelo les crecían. Transcurrida una semana, el señor, su esposa y sus dos hijos se habían convertido en monos, dejándolos sin otro recurso que huir hacia la selva.
La joven y muchos de los aldeanos estaban felices, pensando que ahora podían vivir en paz, y las pertenencias del señor se dividieron en partes iguales entre los habitantes del pueblo.
Pero los monos anhelaban sus posesiones y regresaban a la aldea por la noche, llamando a todas las ventanas de todos los hogares, especialmente de su vieja casa. Allí se sentaban en el umbral hasta el amanecer, y luego regresaban a la selva.
La chica, viendo lo que sucedía, buscó al hada para pedirle ayuda. El hada volvió y le dijo a la chica que calentara algunas rejas de arado y las dejara en la puerta.
La joven lo hizo y le dijo a los aldeanos que hicieran lo mismo.
Cayó la noche y los monos llegaron de nuevo. Pero cuando trataron de sentarse en la puerta, se quemaron sus traseros en las rejas de arado. Gritaron y corrieron hacia la selva, donde han estado desde entonces. Pero la marca roja ha resistido la prueba del tiempo.